Si no tuviéramos escuelas infantiles
Vicenç Arnaiz
Si no tuviéramos escuelas infantiles, las criaturas crecerían envueltas en un solo relato y una sola manera de explicarlo. Si no tuviéramos escuelas infantiles, no sabrían que la vida tiene muchos caminos y que hay muchas maneras de avanzar.
Si no tuviéramos escuelas infantiles, los más pequeños creerían que solo existe lo que se ve desde su portal.
Si no tuviéramos escuelas infantiles, muchos padres y madres solo tendrían sus ideas de cómo educar. Cuando alguien cree que solo hay una manera de hacer las cosas, de- viene fanático y no puede educar.
Si no tuviéramos escuelas infantiles, habría quien no sabría que existe la infancia, porque no conocería a otros pequeños.
Si no tuviéramos escuelas infantiles, muchas familias no entenderían a su hijo o hija, porque para entender a uno tienes que conocer a muchos.
Si no tuviéramos escuelas infantiles, muchas niñas no sabrían qué es un padre ni qué es una madre, porque para saberlo tienes que relacionarte con otros que no sean ni tu padre ni tu madre. Tampoco sabrían que tienen una familia, porque para ser consciente de ello necesitas verla desde afuera.
Si no existieran escuelas infantiles, muchos niños no sabrían que después del llanto viene la risa. Cuando lloran, muchos no recuerdan que antes reían, y cuando ríen creen que no volverán a llorar. Ver a otras criaturas llorar cuando ellos están riendo les descubre cómo habitamos las emociones.
Si no tuviéramos escuelas infantiles, las criaturas crecerían envueltas en un solo relato y una sola manera de explicarlo. Si no tuviéramos escuelas infantiles, no sabrían que la vida tiene muchos caminos y que hay muchas maneras de avanzar.
Si no tuviéramos escuelas infantiles, muchos niños no sabrían que tienen una historia ni sabrían que hay mu- chas historias, porque no podrían escuchar a otros explicar la suya ni nunca podrían narrar la propia. Si no tuviéramos escuelas infantiles, no sabríamos reparar el sufrimiento de los niños, porque no sabríamos si lo que sufren es evitable o no.
Si no tuviéramos escuelas infantiles, quizás no sabríamos que el futuro es posible, porque los adultos a me- nudo nos obcecamos con el pasado. Son las criaturas quienes nos exigen hablar en futuro, sea perfecto o imperfecto.
Si no tuviéramos escuelas infantiles seríamos menos humanos porque las problemáticas de los más pequeños serían más invisibles y casi siempre llegaríamos demasiado tarde.
Si no tuviéramos escuelas infantiles, muchas criaturas creerían que solo se puede jugar de una manera. Creerían que siempre tienen que escuchar y que hablar es cosa de los adultos. Creerían que ser feliz es cosa de niños y que para hacerse mayor hay que reír menos, enfadarte más y dar muchas órdenes.
Si no tuviéramos escuelas infantiles, seríamos menos humanos, porque muchas criaturas no conocerían las 100 maneras de hablar que tienen las manos, ni las 100 maneras posibles de llorar y de reír. Creerían que solo hay una manera de pensar.
Muchas criaturas no sabrían que ellas también pueden ayudar y solo aprenderían a obedecer. Pocas criaturas sabrían consolar.
Muchas criaturas no aprenderían a soñar, ni sabrían de diferencias entre sueño y razón. Peor todavía: quizás creerían que solo se puede descubrir con la razón. Quizás cree- rían que solo existe un mundo y que este mundo ya está hecho.
Si no tuviéramos escuelas infantiles, nos las volveríamos a inventar.
FUENTE : Revista Aula de Infantil
La escuela como espacio protector
En los primeros años de vida, la experiencia del espacio implica al ser en su totalidad y de forma esencial, es una conquista corporal que implica el despliegue de dimensiones tanto operativas como sensibles, reflexivas o emocionales… conformando un constructo vital de interacciones, transferencias y mediaciones entre niños, objetos y espacios que se implican recíprocamente y de forma primordial. Peter Sloterdijk señala que “la modernidad produce técnicamente sus inmunidades y va eligiendo progresivamente sus estructuras de seguridad sacándolas de las tradicionales coberturas teológicas y cosmológicas” (Sloterdijk, 2009, p. 34). Así, la desnudez del mundo moderno hace reclamar nuevas burbujas habitables, humanizadas. De las “cáscaras tecnológicas” de la modernidad volvemos a demandar la redondez y espesor de “esferas” protectoras, albergantes, mediadoras, que acompañan al ser en el mundo, especialmente al ser niño, a la infancia: “La esfera es la redondez con espesor interior, abierta y repartida, que habitan los seres humanos […] que erigen mundos redondos y cuya mirada se mueve dentro de horizontes” (Sloterdijk, 2009, p. 37). En el campo pedagógico entendemos la protección como acogida que no excluye la libertad y el desafío, que en arquitectura sería precisamente el de restaurar la acogida frente a la dureza del sistema escolar en su anonimato.
La escuela como espacio de mediación
Interioridad y exterioridad, se encuentran en diálogos complementarios de protección y apertura, estableciendo vías de comunicación y mediación hacia un mundo que entra en la escuela tanto como ésta sale y mira hacia fuera: “L’occhio se salta il muro” era el título de la exposición que nos descubrió a Loris Malaguzzi en Madrid en 1984. Exposición que se transformó en “Los cien lenguajes del niño” y en la actual “El asombro del conocer”. Y el espacio es vehículo de mediación provocando en sí mismo sucesos colectivos tanto como individuales; el acompañamiento pedagógico no se produce sobre un soporte arquitectónico pasivo, sino contando con la participación activa del espacio como un evento implicado en la experiencia educativa. El espacio escolar, un “acuario” bautizado por Loris Malaguzzi en las escuelas de Reggio Emilia como el “tercer educador”, juega con un binomio de términos que alude ineludiblemente al dúo de la pareja educativa complementándola, y ésta implica el diálogo, la posibilidad de alternancia, de opción y de opinión, se construye la escuela como contexto de acompañamiento y mediación. Se trata de un espacio relacional, vincular, “epigenético” (Ceppi & Zini, 1998), frente a concepciones del mismo autónomas y estáticas.
La escuela como experiencia de ecología
Cualquier entorno puede ser visto como un paisaje y éste ser comprendido como resultado de nuestra interacción con él, como receptores activos de una realidad encontrada, siempre en proceso de transformación. De manera más o menos articulada, constantemente o por impulsos, de forma consciente o no, buscamos dar sentido a dicha realidad, poniendo en juego para ello el bagaje de la experiencia vivida: incorporamos la memoria en la percepción, haciendo intervenir en ello al unísono biología y cultura. Una de las grandes metáforas que buscan dar sentido a esta realidad es la noción de la naturaleza como un ideal que se persigue por caminos divergentes: el paisaje como constructo humano de experiencia estética de la naturaleza, o en sentido inverso, la naturalización de lo artificial, la percepción del entorno construido y habitado como un paisaje. La noción de “el paisaje como modalidad relacional cultura- naturaleza” (Dévora, 2006, p. 59) ha sido revisada dentro de los planteamientos de la complejidad como una co-participación del ser en el mundo generando relaciones de sentido, otorgando significados y haciendo emerger metáforas que operan de forma global sobre el soporte de lo real, sobre las partes, el todo y sus interacciones. Podemos afirmar que los niños realizan esta participación construyendo sus propios paisajes de forma especialmente viva, actuando sobre el entorno en su conquista operativa y transformando lo cotidiano desde la acción lúdica y lo imaginario.
FUENTE: Revista Latinoamericana de Educación Infantil